souvenirs
Suvenires El souvenir es ya un elemento omnipresente en nuestras vidas en un intento de no dejar
escapar de su mente las experiencias vividas en sus viajes, el turista adquiere ese artículo quizás
para rememorarlas de por vida, para convertirlas en algo tangible, algo material, y de paso
mostrarlas así a las visitas y amigos de su hogar-escaparate
Hacia el año 700 a.c. en Grecia, el propio Homero nos relata en su Odisea cómo Ulises iba
recopilando regalos-recuerdos de sus fantásticos viajes. Más tarde, en el siglo I d.c., fue el artesano
romano Caius Valerius Verdullus quien descubrió un gran negocio con los vasa potoria, los únicos
vasos que cumplían una doble función: servían para beber y también resultaban perfectos para
guardar como recuerdo, ya que en ellos figuraba una leyenda alusiva a lo representado en el vaso
además de la firma del autor.
Encontramos también la vertiente religiosa del souvenir en los peregrinos griegos y romanos que
coleccionaban pequeñas imágenes de dioses y diosas. Más tarde, los cristianos siguieron la
costumbre en la Edad Media con las conchas del Camino de Santiago, decorando los sombreros, los
hábitos y las capas. Geoffrey Chaucer lo contó en sus Cuentos de Canterbury.
Posteriormente, ya en el siglo XIX, cuando Europa se estabilizó tras la derrota de Napoleón, surgió,
entre las clases pudientes inglesas y francesas, la figura del viajero-aventurero romántico que
visitaba lugares exóticos de Asia, África, América, o incluso España, fundiéndose con la realidad que
visitaba (inmersión cultural, que diríamos ahora). Se empezaron a publicar numerosos libros de
viajes que contenían descripciones de ciudades y monumentos, se hablaba de las costumbres, de la
política, se trataba de dar una idea general del país o de la zona, cubriendo todos los aspectos
posibles. En ellos se mezclaba lo erudito con lo literario incluyendo el aspecto artístico, ya que
muchos de ellos incluían ilustraciones a base de litografías o grabados (como los que realizó
Gustave Doré sobre paisajes y tipos populares españoles).
La introducción de los ferrocarriles y los barcos de vapor multiplican las oportunidades de viaje, de
un modo más cómodo, seguro y rápido que lo conocido hasta entonces. Surgen los primeros
“operadores” turísticos, como Thomas Cook, y así, poco a poco, empezó a gestarse el turismo, más
o menos en su acepción actual, entre esa clase pudiente que, cuando volvía a su país de origen,
gustaba de regalar a sus amigos, conocidos y parientes objetos típicos de los lugares que habían
visitado. En los países de destino, a medida que fueron llegando más viajeros, se fue gestando una
pequeña industria, un conjunto de negocios personales, fundamentalmente de artesanos y sastres,
que ofrecían aquello que los curiosos visitantes les iban demandando como testimonio de su visita.
Sin embargo, fueron las grandes exposiciones universales, típicas de la segunda mitad de ese siglo,
como las de Filadelfia, Chicago, Nueva York, Londres y París, las que dieron el espaldarazo definitivo
al souvenir, convirtiéndolo en un rito de obligado cumplimiento cada vez que se viajaba, y
generando una industria ad-hoc capaz de producir en serie ese artículo por el que pronto se
identificaría cada ciudad, región o país.
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