MARCA PAGINAS
PUNTOS DE LIBRO
DE METAL
Marca paginas y marca libros
Venta de marca páginas originales, a medida y también
estandar clásicos, regalo ideal para toda ocasión.
Marca paginas Nos gustaría sentarnos con uno de esos libros que nos atrapan sin remedio y leerlo
de principio a fin, comiéndonos las páginas y el tiempo como si no hubiese un mañana y
pudiésemos evitar hacer frente a esa desgracia de las clases lectoras que supone el trabajo. Por
eso, si atacamos un libro de un número considerable de páginas debemos dejar alguna marca que
nos indique dónde detuvimos la lectura. Habrá quien sea capaz de recordar en cada momento en
qué página se quedó en su última lectura, pero los mortales necesitamos señales que nos lo
indiquen. Y de eso hablaremos hoy, del origen de los marcapáginas, de sus variantes y del
inevitable coleccionismo al que incitan.
Otra solución de andar por casa es el uso de la solapa de la cubierta para marcar la página en la que
nos habíamos quedado. Es una solución práctica, pero si el libro tiene un considerable número de
páginas (vamos, si es un tocho) la solapa acaba doblada y el volumen termina ocupando el doble. Al
final lo práctico deviene en fiasco.
No se sabe con certeza cuándo comenzaron a usarse los primeros marcapáginas. Sin embargo,
parece evidente que desde bien temprano ha tenido que existir algún método para señalar el
último punto de la lectura en el que se quedó el lector. Pensemos, por ejemplo, en los rollos de
papiro egipcios, que podían medir hasta 40 metros. Lo que sí se sabe es que en la Alta Edad Media
(en los siglos xiii a xv) se usaban marcapáginas que se fabricaban con la vitela que sobraba de hacer
las cubiertas de los libros. En algunos casos muy sofisticados estos marcadores ayudaban incluso a
recordar la columna en la que se había quedado el lector.
También de esta época es un volumen de la Historia Escolástica de Peter Comester en el que una de
las páginas de cuero está recortada de forma longitudinal cerca del borde de modo que queda una
tira que sirve perfectamente para señalar el último punto de lectura.
El primer marcapáginas del que se tiene constancia documental es el que incluía una Biblia que
Christopher Barker, el editor oficial de la Biblia en Inglaterra, regaló a la reina Isabel en 1584. El
marcapáginas era de seda y tenía una borla dorada en su extremo, acorde con su destinataria. A
partir de 1600, de hecho, la mayoría de las biblias ya venían con una cinta de seda para indicar el
punto de lectura.
El verdadero auge de los marcapáginas tuvo lugar en los siglos xviii y xix y corrió paralelo a la
disponibilidad de libros. Los más habituales son esos que todos asociamos con libros más antiguos o
con ediciones prestigiosas, que son los que van incluidos en el cuerpo del libro y constan de una tira
de seda que parte de la zona superior del lomo y se prolonga hasta sobresalir un par de centímetros
por debajo de la página.
Sin embargo, a partir de 1850 aparecieron y se difundieron rápidamente los marcapáginas
independientes de los libros, lo cual contribuyó además al coleccionismo de estos objetos. Los más
famosos de la época fueron los fabricados, ya gracias a máquinas, en Coventry por Thomas Stevens,
quien llegó a diseñar hasta novecientas tramas diferentes de seda, como el que se ve a la izquierda.
Tan famosos fueron sus diseños que a sus tramas se les denominó Stevengraphs.
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